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Apuntes de un consumidor 'pirata'

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Desde hace años la industria audiovisual padece, al igual que la musical, los estragos de la piratería. Si antes hablábamos de un top manta, hoy cualquier hijo de vecino con un ordenador tiene acceso a múltiples contenidos audiovisuales al margen de la legalidad. En Internet, a través de streaming, descarga directa o mediante P2P, se pueden encontrar películas y series acabadas de estrenar muy fácilmente. Este fenómeno se ha convertido en un quebradero de cabeza para productoras y operadores. Los intentos de legislar en contra no acaban de solucionar el problema. Poner barreras al campo siempre ha sido complicado. El problema (y la solución) podría desglosarse en tres ejes: los proveedores, la tecnología y la conciencia cultural.

La apuesta de los proveedores

Aunque proliferan las plataformas de consumo legal, ya sea exclusivamente online mediante Video on Demand (Netflix, Filmin, Wuaki.tv…) o vía plataformas digitales integradas en la televisión lineal (Canal+, Movistar TV…), el público quiere un acceso directo e inmediato a las novedades, a todas. El consumidor se ha acostumbrado a este acceso incondicional a aquello que le apetece en el momento que recibe cualquier input de su prescriptor. La suscripción a una sola plataforma no soluciona completamente este impulso. En estos momentos, la oferta de una excluye la oferta de otra y los usuarios no pueden suscribirse a todas aquellas que disponen de los contenidos que les interesan. Faltan las herramientas definitivas que permitan un consumo universal, total y real. Mientras, inevitablemente, convivirán los dos modelos de consumo: legal e ilegal.

Las herramientas tecnológicas

La tecnología también está en plena fase de transición. Aunque encontramos muchos usuarios acostumbrados al visionado a través de dispositivos móviles o pantallas de ordenador, hay un segmento importante de la población que conserva su predilección por la pantalla del televisor, por tamaño y posición central ante el sofá. Seguramente, también por respeto al producto audiovisual al que se enfrentan o que esperan disfrutar. Ante esta opción, y mientras las smart TVs o ordenadores grandes no inunden todos los hogares para ofrecer los contenidos online de un modo sencillo, la irrupción de los dongles (Google Chromecast, Roku, Fire TV…) puede paliar la situación. Mediante este tipo de gadgets podemos convertir dispositivos móviles en un mando a distancia con acceso a proveedores online pero, si somos realistas, su implantación en el mercado es aún marginal. También existen discos duros multimedia reproducibles conectados a Internet pero este sistema, aunque facilita una conexión a las plataformas online legales, al permitir una gran volumen de almacenaje, se ha convertido en cómplice de los usuarios más avezados al consumo ilegal. De nuevo, mucho inventado pero mucho por hacer.

La cultura del “todo gratis”

Al margen de las dificultades a nivel técnico, existe un importante problema de conciencia. Hay una generación y una parte importante de la población que se ha acostumbrado a la gratuidad de los contenidos y, mientras esta fase de transición se dilata no hace más que agravarse esta falsedad generalizada. Cada vez será más difícil permeabilizar la idea de que la cultura no es gratis. Internet y la cultura digital han servido en bandeja los productos culturales en esta red mágica y de difícil control. Los nuevos públicos no entienden de prime times preestablecidos ni cadenas preferidas. Eligen productos aquí y ahora.

Como vemos, la dictadura democrática del consumidor ha llegado a niveles insospechados. Si hacemos caso a los TT de Twitter, un programa en formato clásico lineal como Mujeres y Hombres y Viceversa puede vanagloriarse de monopolizar la conversación social durante su emisión pero hay otros programadores, operadores y productores que deben darse cuenta de que también es TT en España el final de una serie que aún está lejos de emitirse en este territorio. Con este ejemplo observamos la convivencia de los dos modelos. Se intuyen algunas soluciones que distan de ser La Solución. Una vez la transición tecnológica esté superada, mi apuesta va hacia los contenidos. Ya sea por la calidad de las piezas con una audiencia dilatada en el tiempo, ya sea con productos de impacto acompañados de estrategias transmedia que rentabilizan el producto más allá de su visualización. Los retos ante el gran cambio de paradigma están sobre la mesa. Ahora falta ver como siguen aterrizando las raciones de solución.

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