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La tecnología será ética o no será

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Los prestigiosos centros de estudios tecnológicos incorporan a sus programas la ética vinculada a las Ciencias de la Computación. El objetivo es alertar sobre los efectos sociales de las nuevas creaciones y conseguir que primen los intereses humanos ante los técnicos.

La influencia de las nuevas tecnologías en nuestras vidas es innegable. En los años sesenta, las televisiones eran casi un bien de lujo en los hogares y hoy en día la emisión en directo a nivel mundial está al alcance de cualquier usuario de un smartphone. Las posibilidades que nos brinda el progreso acelerado de las tecnologías es tal que los propios desarrolladores alertan sobre la necesidad de echar el freno. No es un stop en la ruta de la innovación si no un ceda el paso a algo tan controvertido como la ética. ¿Hasta dónde debe llegar la inteligencia artificial? ¿Es consciente el usuario del grado de privacidad que confía a la red? ¿Qué consecuencias sociales comportan las nuevas creaciones?

Docentes de los prestigiosos centros de estudios tecnológicos como el Massachussets Institute of Technoloy (MIT), la Universidad de Harvard o la de Stanford han introducido en sus planes de estudio la ética vinculada a las Ciencias de la Computación. Los futuros tecnólogos de Sillicon Valley deberán anticipar los posibles efectos sociales que tengan sus creaciones. Y es que en medio de la polémica sobre las fake news de Facebook o los falsos seguidores de Twitter, la ley del todo vale empieza a cuestionarse. Ante este panorama, la humanización de la tecnología se erige como imprescindible.

La cantidad y, sobre todo, la celeridad de los cambios han sido tan disruptivos en nuestras vidas que la legislación al respecto no se ha actualizado a la par. Por este motivo, si los creadores aplican el filtro de la ética desde el principio pueda equilibrarse el abismo entre innovación y regulación. Las previsiones de futuro apuntan a que la responsabilidad de adecuar las nuevas tecnologías a un uso legítimo no recaiga exclusivamente en los creadores. Como profesiones de futuro se perfila el experto en tecnologías públicas, es decir, un investigador que evalúa si la tecnología es apta para el uso social.

 

Usuario crítico y transformador

A día de hoy ya existen herramientas capaces de aprender automáticamente patrones, en base al análisis de una ingente cantidad de datos. Pero, ¿es ético que un algoritmo tome decisiones que afectan a nuestras vidas? ¿Es legítimo que decida quién es el candidato más apto para un puesto de trabajo? ¿O qué alumnos se aceptan en la universidad? La reflexión sobre los algoritmos automáticos en la toma de decisiones es otro de los puntos fuertes que justifican el enfoque ético de los estudios tecnológicos.

El alcance de la inteligencia artificial y los efectos sobre los humanos no escapa del debate sobre las nuevas creaciones. La conclusión es clara: la inteligencia artificial debe estar al servicio de la sociedad, no controlarla. En este sentido, los sistemas de supervisión basados en principios democráticos son esenciales para regular el desarrollo del aprendizaje automático.

Los gurús de la tecnología alertan sobre el peligro de que ‘The Four’ dominen el mercado y apuestan por un uso crítico de las tecnologías por parte del usuario. El Director de Medios Cívicos del MIT, Ethan Zuckerman, defiende el potencial transformador que atesoran las tecnologías. En lugar de esperar una legislación al respecto, Zuckerman predica con el ejemplo y moldea las tecnologías según sus preferencias. Este es el objetivo de Gobo, una aplicación que permite agregar y filtrar los muros en las redes sociales. Así es el propio usuario el que decide qué aparece en su muro y no el algoritmo.

Garantizar la autenticidad de los datos en la red es otra de las grandes preocupaciones de la era digital. En este sentido, el blockchain toma relevancia como herramienta para ordenar, autenticar y mantener inalterados los datos incorporados en la cadena de bloques.

Lo que está claro es que tanto usuarios como creadores, sociedades científicas como la Royal Academy o los propios fondos de inversión están reclamando que las nuevas tecnologías no estén regidas únicamente por estándares tecnológicos. El objetivo es que las nuevas creaciones formen parte del sistema de valores éticos y democráticos en que los intereses humanos primen sobre los técnicos.

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